Al fin llegamos al viernes, el mejor día, en el que vimos las cosas más bonitas (y eso que el listón está muy alto). En esta primera parte voy a hablar de la visita a la catedral de Notre-Dame y al cementerio de Pere Lachaise.
14 - Septiembre - 2007
Tempranito, como siempre, salimos del aparta-hotel camino de la catedral de Notre-Dame. El paseo a orillas del Sena, con una leve brisa mañanera, fue de lo más placentero. Antes de llegar nos paramos en una tienda de souvenirs, pues a mí se me habían antojado unos imanes para la nevera: uno de la Mona Lisa y otro de una gárgola.
A pesar de lo temprano que era cuando llegamos, la plaza ya estaba llena de turistas. Nuestro plan era subir primero a lo alto de las torres, y al bajar, ver la catedral por dentro. A pesar de que la mayor concentración de guiris estaba en la puerta principal, había también una cola considerable en la parte izquierda (donde está la entrada para subir a las torres).
Tras aguantar una hora de cola más o menos, y previo pago de 3 euros si mal no recuerdo, emprendimos, con mucha calma, el viaje de subida hasta lo más alto de la catedral. Hay una torre de subida y otra de bajada, pero no me acuerdo de cual es cual.
Hasta aquel momento mi récord de agotamiento estaba en la iglesia de los Jesuitas de Toledo (ya os comenté que las escaleras eran muy estrechas, y como llevaba a un tipo detrás, no pude pararme a descansar ni un segundo y llegué arriba medio muerta), pero ese récord se vio superado en Notre-Dame: 70 metros de estrechas escaleras de caracol. Esto significa que no sólo llegas arriba con la lengua fuera, si no que encima llegas mareado.
Afortunadamente no llevábamos a nadie detrás, así que esta vez sí que nos pudimos parar a descansar. Incluso hay una amplia sala donde está situada una tienda de recuerdos de la catedral, por si se quieren hacer unas compras antes de alcanzar la cima.
A pesar de los abundantes descansos, llegamos a lo alto totalmente exhaustos. De verdad, nunca en mi vida me había ahogado tanto. Y encima con la sensación de que te falta el aire y parece que nunca va a llegar...es horrible.
Pero en fin, una vez arriba teníamos todo el tiempo (y el aire) del mundo para recuperar el aliento, pasar de una torre a otra por una estrecha pasarela, y, cómo no, hacer fotos.
Estas eran las vistas (de izquierda a derecha): Saint Sulpice (one more time) los Inválidos, y la Torre Eiffel:
Dentro de la historia del arte, la arquitectura es el campo que más me gusta y claro, como era de esperar (y al igual que hice con la Mona Lisa) me dediqué a fotografiar todos y cada uno de los detalles de la catedral. Como por ejemplo esas siniestras (pero hermosas) estatuas verdosas, y los arbotantes (para los profanos: las "patas" sobre las que cae todo el peso de la catedral) que podéis ver en la foto:
Dentro de una de las torres estaba la famosa (y grande) campana que hacía sonar Quasimodo en El Jorobado de Notre-Dame (qué pelicula tan bonita, por cierto!). Cuando la ves, es imposible pensar: madre mía el día que se caiga eso al suelo...por cierto, antes de que preguntéis: No, no estaba Quasimodo. Y no será porque no le buscamos. Será que no le gustan las visitas y estaría escondido, pero seguro que andaba por allí ;)
Y no puedo dejar pasar la oportunidad de hablar de lo más significativo de la catedral...las gárgolas. Hay cientos de ellas, y no hay ninguna igual.
Estan las más conocidas...(si os fijáis, aquí en la primera se ve el Sacre Coeur, entre la cabeza y las alas)
...y las no tan conocidas, pero no por ello menos curiosas e interesantes:
Puede que la subida sea dura, pero la bajada tampoco se queda atrás. No cansa, no, pero la escalera de caracol sigue ahí, y marea aún más que al subir. Además había gente que se pasaba por el forro eso de "torre de subida y torre de bajada", y cuando nos cruzabamos con ellos teníamos que pegarnos a la pared para que pasaran a duras penas. Repito: no es cansino, pero sí muy incómodo.
El interior de la catedral...pues qué voy a decir...precioso: con sus ábsides, sus arcos, sus bóvedas...sus hermosísisisismas vidrieras y los famosos rosetones (el de la foto tiene 13 metros de diámetro, ahí donde le véis):
Ya por la noche cogimos una barcaza de esas que te dan un paseo por el Sena, y pude fotografiar la catedral de lado e iluminada:
Volviendo al día, abandonamos la catedral buscando nuestro siguiente destino. Por el camino cometimos un gran error, del que jamás acabaré de arrepentirme: pasar por el museo de Orsay y no haber entrado. A mis compañeros, que no son tan aficionados al arte como yo, no les interesaba :(
Y por fin...el momento más esperado por mí de todo el viaje...llegamos al cementerio de Pere-Lachaise: el cementerio más grande de París, de 44 hectáreas, sobre las que se asientan 70.000 tumbas. No es para nada la imagen de cementerio que todos tenemos en la cabeza: lúgubre, triste, siniestro y oscuro. Es más bien un parque, con más de 50.000 árboles que dan una sombra fresquita. Muchos parisinos van allí a encontrar la paz y la tranquilidad que no encuentran en ningún otro sitio de la ciudad. Incluso hay fuentes y bancos:
En algunas de esas 70.000 tumbas descansa gente tan importante como Alfred Chopin, Edith Piaf, Sara Bernthardt, Oscar Wilde, Honoré de Balzac...y Jim Morrison.
MI Jim Morrison está enterrado allí. A pesar de que yo sabía el lugar exacto en el que estaba su tumba, nos llevó un buen rato encontrarla, ya que no es lo mismo ver un plano que estar allí, y eso es un auténtico laberinto. Además es bastante sencilla y si no fuera por las vallas que la rodean, no llama la atención. Pero al fin dimos con ella.
Me detuve en seco, las piernas me temblaban, el ramo de flores que llevaba para él (y que por cierto me costó 25 eurazos) casi se me cae el suelo. Cuando conseguí sacar a mis piernas de la entropía me acerqué lentamente hasta apoyarme en la valla. Parecía que el corazón se me iba a salir por la boca. Por culpa de las dichosas vallas, tuve que hacer "lanzamiento de ramo", pero atiné y ahí se quedó.
No me pude aguantar y empecé a llorar en silencio. Mis compañeros me dejaron sola y se fueron a ver tumbas (había algunas realmente preciosas). Y allí me quedé un buen rato, sola, llorando cual viuda plañidera, solo que en lugar de rezar, yo cantaba en bajito canciones de los Doors. Fueron mis oraciones particulares para Jim.
Hay quien dice por ahí que (como tantas otras leyendas del rock) Jim está vivo, y la tumba está vacía. Yo no me lo creo. Si Jim no estuviera allí yo no habría sentido lo que sentí cuando estuve en su tumba. Como un hormigueo en el estómago...saber que sólo unos metros de tierra te separan de él...es una sensación indescriptible.
Si no me quería ir del Louvre, imagináos de aquí. Pero, c'est la vie, más aventuras y lugares nos esperaban. Eso sí, jamás se me olvidará esa media hora de mi vida en la que estuve a escasos metros del Rey Lagarto.
En la próxima y última entrega narraré la "Ruta Amelie" y nuestro paseo por el hermoso barrio de Montmartre.
Gracias! :D

4 comentarios:
JO-DER Almu... a esta pedazo de entrada sí que no sé que decir.
Ufff... no me quiero imaginar qué sensación es estar frente a la tumba de tu ídolo, no sé, no se...
Lo dejo porque no quiero decir tonterías y ensuciar esta entrada
Por cierto, las fotos son impresionantes
Ainsssss. Jim...Ainssss...
Mañana lña entrada también promete!!
Un beso H de P
increible, no se como pudiste ir, debio de ser duro
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